No lo pensé
- Janet Rudman
- May 5, 2017
- 2 min read

Nunca medité sobre la muerte. Menos sobre que pasaba después. Siempre le tuve respeto. Cuando era mi cumpleaños y pedía tres deseos antes de soplar las velitas, uno era morir de manera rápida, de los otros no me acuerdo.
Morí como quise. Estacioné mi auto en la rambla, me resbalé y una camioneta me mató en un instante. Sueño cumplido, podría decirse. Pasé de un estado a otro, vi a la parca que me saludó y me dijo: “vine a llevarte a tierras lejanas”.
Es raro estar muerta. Es como estar en la película “Alice” de Woody Allen sin haber tomado ninguna poción mágica. Voy a visitar a mi esposo y veo qué hace. Su vida no cambió demasiado. Ya no le lleva a nadie el café en las mañanas. Por lo demás, sigue sus mismas rutinas. Se compró un televisor de cincuenta pulgadas y lo puso en la mitad del living. Mira horas y horas todo tipo de programas con una buena provisión de chocolate con leche y almendras. Me pregunto si me extraña. Su mirada, más que dolor, denota aburrimiento. Nunca pensó que yo me iba a morir antes. El me llevaba veinte años. Pero la vida tiene eso de maravilloso, no se sabe cuándo termina, no es como el chocolate, que si terminas uno, te compras otro.
Tampoco pensé si viví la vida que quise. Yo solamente vivía, como se pagan los impuestos, casi por obligación. Hacía lo que los demás esperaban de mí: la cena de todos los días a las ocho de la noche, la comida con carne, para todos menos para mi marido por la uricemia. Les hacía a los chicos la merienda cuando llegaban del liceo y me sentaba con ellos, para que me contaran cómo había sido su día, hasta que me decían: “mami, ya está, no hay nada más para contar”.
Acá, me subo al 121 y miro la cara de agotamiento que tiene la gente a las siete de la tarde. Yo miraba pero no veía. Cuando leía columnas sobre vivir la vida con un propósito, de dejar de consumir objetos superfluos, pensaba que la gente nunca se conformaba con nada y que todo era un tema de marketing.
En el otro mundo, me encuentro con gente que está feliz y gente que se queja por estar muerta. Están esperando su turno para reencarnar y protestan por qué quieren elegir en qué reencarnar. Solo algunos pocos pueden elegir. A mí me gustaría reencarnar en un perro que se llame Pasey, viva en un departamento y sus amos le hagan muchos mimos. No sé por qué la expresión “vida de perros” es negativa, a mi me parece fantástica.
Comments