Casamiento en puerta
- Por Janet Rudman
- Nov 3, 2016
- 2 min read
¿Cuál es la primera pregunta que las mujeres nos hacemos cuando nos invitan a un casamiento? Primero, si nos llega la invitación solo por whatsapp y es la única, y el evento es en una chacra, se nos ocurre que vamos a eliminar el archivo y no vamos a saber a qué hora es y dónde.
Un mes antes comienza el periplo del vestido, si optamos por largo o corto. Con los casamientos en las chacras, también miramos en internet los informes meteorológicos un mes antes para saber si va a llover ese día. Nos preocupamos más por si nos mojamos los zapatos que si nos vamos a hacer un esguince con tacos de 8 cm al pisar en la tierra mojada.
Hoy mi preocupación más grande es si me van a entrar los vestidos que tengo, porque para mí que no me entre un vestido de fiesta es algo así como un certificado notarial que constata oficialmente mis kilos de más.
Llegó la fecha y yo no me animaba a probarme los vestidos. No quería reconocer que había engordado y no por casualidad sino por comida deliciosa: muchos scons de la Patisserie de Flor, tiramisu, muchos restaurantes gourmet.
Al final, tuve que elegir un vestido negro que me entraba cuando pesaba quince kilos de más. Encontré una chaqueta roja también de mis épocas de gorda infeliz. Me pregunto quién inventó que las gordas la pasan bien. Es un mito mentiroso y permisivo.
También está el mito urbano de que todas las novias son lindas. Mentiroso de pe a pa. Hay novias espeluznantes. Si lo pensamos un poquito, los vestidos blancos y largos no son ni para las gorditas ni para las petisas. Si somos las dos cosas estamos en el horno. Viene la novia y parece un tapón blanco que camina con la Marcha Nupcial.

La mesa en la que nos toca sentarnos en un casamiento merece un capítulo especial. Son muchos más divertidos los casamientos sin mesas asignadas. Lo peor que puede pasar es que no encontremos dónde sentarnos pero agarramos una silla y nos arrimamos dónde queremos. En el último casamiento que fui, mis compañeros de mesa se quejaban tanto que parecían veganos en una parrillada. No les venía bien los saladitos en las bandejas, la falta de la cintita en la jarra de la coca light. La mujer al lado mío, muy elegante ella, llegó a decirme que la pechuga del plato principal no estaba a punto. ¿Se pensaba que estaba en Rare Avis?
Yo encontré una barra de tragos y me tomé dos caipirinhas, me puse a bailar la Macarena, mientras mi marido con la ley del 0 consumo de alcohol se reía de mí a carcajadas.
Me quedé hasta la hora de los postres, cosa que nunca hago. Me encantan los vasitos con postres, me comí uno con mousse de menta y otro con cheesecake. Volví a pensar la famosa frase que acuñó algún gordo brillante: el lunes sigo con la lechuga, ella siempre estará en mi heladera.
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